Caricias
Esta es una recomendación muy seria para todos aquellos residentes en esa gran recreación de las trincheras de la I Guerra Mundial que es la villa de Madrid. En los cines Renoir de Plaza de España se proyecta desde el viernes pasado una copia recién restaurada de Vivre sa vie, el cuarto largometraje dirigido por Jean-Luc Godard. También conocida como una de las más sólidas acreedoras del título de La Mejor Puta Película de la Historia. De verdad. Probablemente se trate de algunos de los 6 euros mejor invertidos de vuestra vida. Además, gracias a la plaza podéis contar con un concurrido punto de encuentro para posteriores politoxicomanías colectivas justo al lado.
Para indecisos: la película reune todos los elementos para ser una de las más absolutas cumbres del cine godardiano y, por extensión, del cine en sí mismo. Su exploración en clave brechtiana de la trágica historia de Nana, una joven parisina que termina en el mundo de la prostitución con una aflicción que en arriesgado paralelismo comparte con la Juana de Arco de Dreyer, sirve para descarnar la tragedia y la muerte, pero también para la constante experimentación cinematográfica de Godard con la narración, los tiempos, los encuadres, la forma de afrontar los diálogos –muchas veces de espaldas a los personajes, como si la cámara/espectador fuera un cliente más del bar donde se encuentran–, el juego con el audio y la mentira de la representación –atención a los cambios de plano cuando se producen al final de una frase–, etc. Como ya iniciara en Une femme est une femme, el texto escrito juega un papel muy importante en la exposición cinematográfica de la película. No solamente su estructura está dividida en 12 capítulos a modo de novela –al inicio de los cuales incluso se incluye un resumen de lo que se va a presenciar–, sino que, como en Les carabiniers, los insertos textuales sirven para distanciar al espectador de la inmediatez de la imagen y, una vez más, hacerle partícipe de que lo que ve es lo creado y no lo real.
Como no podía ser de otra forma, Anna Karina es la máxima protagonista de la cinta, objetivo constante de la cámara, que la retrata en un contrastado y precioso blanco y negro desde todos los ángulos físicos posibles para poder acercarse a los espirituales. Se dice que en esta película Godard acaricia con la lente a la actriz, que deja fluir todo su esplendor interpretativo concentrado en la permanente tristeza melancólica de sus arrebatadores ojos. No es que escaseen a lo largo de su carrera, pero sin duda esta es una de sus más bellas interpretaciones, charla trascendental con el filósofo Brice Parain incluida. A saber cuántas actrices más aguantarían un plano con la nuca con tanta elegancia y ternura como ella.
Si solamente vais al cine una vez al año, que sea esta. Y para quienes no tengan la suerte de vivir en una de las ciudades de Europa con más cortes de transporte público en verano, esta joya restaurada tiene prevista su salida en dvd en nuestro país a principios del año 2007 –aunque ahora mismo podéis encontrar otra copia en el lugar de siempre a la hora de siempre, claro–. Imprescindible, el hecho de poder disfrutarla proyectada en pantalla grande –ejem, los que conozcáis las salas de dicho cine gracias por contener las risas– no será lo mismo como verla por primera vez en 1962, un año tan clave para la cinematografía mundial que también traería La Jetée y L'Eclisse, pero desde luego que sí constituye todo lo que yo llamaría un gran acontecimiento.