jueves, septiembre 29, 2005

Zinemaldia 2005 II

Para empezar mi crónica festivalera reconoceré que este año los recursos económicos disponibles no daban para pagar una estancia decente durante todo el festival -atención al precio de las pensiones en Donosti-, por lo que a la hora de reservar el alojamiento, mucho antes de que los tardones de los organizadores hicieran públicos los horarios, se tuvo que hacer una apuesta definitiva: ir los primeros días o los últimos. Como consecuencia de esta decisión no pude disfrutar de prácticamente mi película más esperada del festival, A Cock and Bull Story, del grandísimo Michael Winterbottom, que era presentada en la cita anual del director británico con el festival donostiarra.

Dejando aparte la final ausencia retinal de este título y de lo nuevo y esperadísimo de Ferrara, el ambiente la noche que llegamos al Kursaal era prácticamente desolador. La mediocridad y el sopor campaban a sus anchas por la Sección Oficial, minando la voluntad de más de uno, y la de los que acabábamos de llegar, ante el negro panorama que se nos presentaba. Lo mejor, Winterbottom y Ferrara, el resto más que prescindible.

Pero tranquilos, que la mierda no se había acabado con la llegada de vuestro idolatrado blogger. Aún quedaban muchas bazofias autorales que tendría el dudoso privilegio de degustar mientras me retorcía de dolor en las butacas del Kursaal 1, principalmente -es que la SO a las 12.00 me mataba cosa mala, oiga-.


La vergonzosa representación francesa a competición oficial estaba compuesta por dos películas a priori interesantes, Je ne suis pas là pour être aimé y Entre ses mains -él último trabajo de Anne Fontaine, directora que siempre será recordada por los fans de la diosa del cine francés, Emmanuelle Béart-. Sin embargo, ambas son una muestra palpable de la existencia de cierto tipo de cine francés que puede compararse sin ningún problema en términos de calidad con las producciones más rutinarias de nuestra llorona industria nacional o la sosería media hollywoodiense, cada una en su estilo. Convencionales, planas, manidas, tediosas hasta el límite de lo aguantable; en definitiva, nulos intentos de abordar el mundo de las relaciones amorosas desde ópticas poco transitadas (já!), la sugerencia y sensualidad del tango una y la intriga criminal la otra.

Otra de las peores películas que se pudieron ver fue la eslovena Odgrobadogroba (Gravehopping), que, para mi desgracia, estuvo durante un tiempo entre las más nombradas por la crítica de cara al palmarés final. Una historia que bascula entre la comedia más tonta e intrascendente y el exagerado drama trágico de forma totalmente torpe y carente de ritmo.


Por último, no puedo dejar de mencionar al crack Simon Staho, que ha vuelto a cubrirse de gloria tras su truño del año pasado. Nunca la pretenciosidad había sido tan risible como en los trabajos de este danés que, si en su anterior película -Dag och natt, que ya tuve que sufrir en este mismo certamen- se inmolaba en el estatismo kiarostámico, ahora, sin abandonar ciertos ticks (eufemismo) de dicho trabajo, opta por la esquizofrenia plástica y vergonzosos intentos que pretenden acercase a Ulrich Seidl y Godard y resultan del todo aberrantes. Atentos a este enfant-terrible wannabe, pues el día menos pensado caerá simpático al crítico cool de turno y ya tenemos director europeo underground de culto para los restos. Para que quede claro: su película, Bang Bang Orangutan, es un engendro cinematográfico que solamente debería ser apto para masoquistas audiovisuales.

Esto fue lo más destacable de la basura, otros títulos resultaron tan simples y anodinos que ni siquiera merecen espacio. Por ejemplo, la película surcoreana de este año, Sa-Kwa, ya mil veces vista. Al menos podían traer las verdaderamente buenas dentro del mercado oriental y no la selección descafeinada de cada año.

He optado por librarme de este lastre para ya otro día empezar con las pelis maomenos buenas, que ha habido muchas y de varios niveles.

martes, septiembre 27, 2005

Zinemaldia 2005 I


San Sebastián es una de las diez ciudades más atractivas de Europa, y eso se nota. Mientras pueda encontrar financiación económica para desplazarme hasta allí, disponer de un lugar donde dormir poco y guardar papeles, poder disfrutar de su ingente variedad de pintxos y beber en vasos catxi-sized todo tipo de líquidos y una acreditación colgando de mi cuello, no pienso faltar ni un solo año. Al final, la calidad media de las películas es lo de menos. Por mucho que se empeñe Gasset, la Sección Oficial de este año ha sido verdaderamente floja -lo cual es más sonrojante aún si echamos un vistazo a los menús de Cannes o Venecia esta misma temporada-, con toda una serie de películas que solamente explican su presencia si los organizadores estaban más ocupados repasando los listados de qué otros títulos les ofrecían las productoras a cambio que mirando los horrores que desfilaban ante sus ojos.

Pero todo eso da igual. La SO, como el Palmarés, nunca ha sido lo verdaderamente relevante del Zinemaldi. Su verdadero potencial reside en las secciones paralelas, Zabaltegi, que se ocupa de rastrear verdaderas joyas presentadas en festivales anteriores e indaga en operas primas y obras primerizas que sobresalen en algún aspecto dentro de la producción cinematográfica mundial. A ambas secciones corresponden las mejores películas que se han podido ver en esta edición. Otra de sus supuestas apuestas fuertes, las retrospectivas, últimamente flojean... aunque hay que reconocer que las apuestas de directores de este año (Robert Wise y Abel Ferrara) son infinitamente más apropiadas que las facilísimas -por disponibilidad pública de su obra- del año pasado (Anthony Mann y Woody Allen); sin embargo, la temática no ha logrado interesar, difícil superar la apuesta de la anterior edición, que presentaba el cine más rompedor e incorrecto.

Para despertar un poco este involuntariamente semi-abandonado espacio me dedicaré durante un tiempo a poner en orden públicamente las notas y sentimientos que ha despertado en mí la edición de este año. Con sus sorpresas, alegrías, descubrimientos, decepciones, fiascos, sobredosis, kaixos y ritos propios -por ejemplo, no concibo un año sin la presencia de Winterbottom o Leonor Watling -.

martes, septiembre 13, 2005

13 días de septiembre

Qué divertido es hablar por puntos:

· Septiembre, puente entre los últimos días de verano y el inicio del otoño, campo de minas de exámenes, título de una de las mejores películas bergmanianas de Woody Allen, momento de reencuentros y despedidas... siempre ha tenido una climatología de lo más atractiva. Los días empiezan a acortarse y la noche se ensancha, la gente vuelve cabizbaja dispuesta a sucumbir al síndrome post-vacacional, la rutina acecha agazapada, el aire ondea el pelo, llueve y anochece. Todos los que, como yo, sientan una irremediable atracción hacia la decadente melancolía no podrán negar que septiembre es el mes más evocador.

· Temporada ideal para visitar ciudades coloridamente grises y húmedas como Venecia o San Sebastián. Parece que los organizadores de festivales cinematográficos son conscientes de ello. Por Venecia han pasado grandes y apetitotísimas propuestas: el western homosexual de Ang Lee, el alegato a favor de la libertad de prensa de George Clooney, la imprescindible mirada de Abel Ferrara sobre el espectáculo pornoreligiosoaudiovisual de Mel Gibson del año pasado, la esperada conclusión de la trilogía vengativa de Park Chan-Wook, las correrías por el mundo de los vivos y de los muertos en fecha nupcial de Tim Burton, la plataforma petrolífera que atesora palabras y pasados de Isabel Coixet, lo último de Oliveira y, sobre todo, la jugosa Les amants réguliers de Philippe Garrel, película que probablemente nunca veamos estrenada en nuestro país -pese a haber ganado el León de Plata, me temo que para los distribuidores nacionales pesará más que se trate de una película francesa de tres horas en 4:3 y blanco y negro-, íntima crónica de ciertos días de mayo de cierto año que no cambiaron el mundo, pero al menos lo pretendían.

· Me hago un ciclo retrospectivo intensivo de la obra hasta la fecha de Kim Ki-Duk, realizador surkoreano de moda en festivales, estajanovista a ritmo Winterbottom, últimamente moja en cada festival en el que se presenta. En Donosti presenta su última película, y ya le tienen asignado el FIPRESCI por la anterior. Aunque sus películas denotan a veces una forzada búsqueda de la poesía visual -otros, como Kitano, simplemente la encuentran-, todas demuestran un admirable manejo de la dirección, el encuadre y la puesta en escena. Personajes callados, al margen de todo, borderlines por naturaleza, atormentados, siempre buscando callar a sus fantasmas internos por medio de la violencia, autoinfligida o contra los demás. Y, sin embargo, siempre encuentra la forma de que el amor haga aparición de la forma más natural. Mi ranking es el siguiente (orden cronológico dentro de los puntos):
Imprescindibles: La isla (Seom, 2000) · The Coast Guard (Hae anseon, 2002) · Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera (Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom, 2003) · Hierro 3 (Bin-jip, 2004)
Grandes: Real Fiction (Shilje sanghwang, 2000) · Address Unknown (Suchwiin bulmyeong, 2001)
Muy buenas: Wild Animals (Yasaeng dongmul bohoguyeog, 1996) · The Birdcage Inn (Paran daemun, 1998) · Bad Guy (Nabbeun namja, 2001) · Samaritan Girl (Samaria, 2004)

· Leo Lolita -desgraciadamente en su traducción censurada- asombrado y perplejo por el inmenso talento literario de Nabokov, capaz de dominar el lenguaje de una forma magistral, llevando la labor de la descripción hasta su límite más surreal y emocionante, de forma que es imposible escapar de él y la precisión de sus palabras.

· Casi con lágrimas en los ojos veo como Terry Gilliam confiesa haberse embarcado en la realización de The Brothers Grimm para "poder hacer algo". "Llevaba siete años sin dirigir nada" confiesa el genial Monty Phyton, recordando el malogrado rodaje suspendido por (mil) causas de fuerza mayor -entre ellas apariciones espontáneas de F-16, una tormenta-tornado, etc.- de su proyecto maldito, la adaptación de Don Quijote. Lejos quedan los días de batallar con los grandes estudios para sacar adelante lo que su incansable imaginación deseaba (Brazil). Resignado a no sufrir la suerte de demás genios "parados" -Terence Malick (hasta hace poco), Víctor Erice- o sufrir cancelación tras cancelación mientras se mendigan presupuestos -Aronofsky-, se embarca en una superproducción hollywoodiense en la que espero que por lo menos haya mantenido un 0.1% de su visión. Y si no, me da igual: al Zinemaldia viene Tideland, por lo que por lo menos quizás sí haya merecido la pena. Y mientras, Uwe Boll encadenando proyectos.

· Para que lo anterior no le pase a una de las mayores promesas actuales de nuestro cine -aunque, para qué engañarnos, tiene todas las papeletas: que le pregunten a Guerín o Erice... o Jaime Rosales-, háganse como sea en cuanto haga su aparición e dvd con El cielo gira, de Mercedes Álvarez. Toda una lección de lo que es presentar con admirable sinceridad un proyecto improvisado y mimado sobre el terreno. Consideraré una grave afrenta que no sea mencionado en una asignatura que tendré el dudoso placer de cursar este año -mis traumas durante el agónico proceso de matriculación bien merecerían otro post-, un contenedor denominado Historia del Cine Informativo. Están advertidos.