lunes, julio 25, 2005

Edurne I

Aunque no han mejorado mis condiciones de acceso a internet, he decidido dar salida a una de las nuevas secciones (?) de este espacio reservado a lo sinsentido y accesorio. Como preveo una revalorización inminente -si no se ha producido ya- de uno de los nombres femeninos más bellos que ha dado el idioma euskara -algo que no se le da nada mal, por cierto- debido a cuestiones televisivas relacionadas con la prefabricación pop que ahora no vienen al caso, dedicaré unas líneas a hablar sobre esas Edurnes que realmente merecen la pena. Algo que solo esperarías poder encontrar aquí, realmente.



Edurne Pasaban puede ser recordada por algunos como una de los integrantes del equipo de Al filo de lo imposible, que además el año pasado se convirtió en la primera mujer que coronaba el K-2. La gesta le costó a la alpinista guipuzcoana la amputación parcial de las falanges distales del segundo dedo de ambos pies. La Historia se cobra su precio. Sin embargo, nada detiene a esta incansable escaladora y ya es la única mujer viva que ha ascendido ocho cumbres de más de 8.000 metros de altitud. La semana pasada concluyó su última hazaña, coronando la cima del Nanga Parbat, techo de Pakistán. De momento, recuento: Gasherbrum II, 8.035 m. (2003) · Hidden Peak, 8.068 m. (2003) · Nanga Parbat, 8.125 m. (2005) · Cho Oyu, 8.201 m. (2002) · Makalu, 8.463 m. (2002) · Lhotse, 8.516 m. (2003) · K-2, 8.611 m. (2004) · Everest, 8.848 m. (2001). Iguala a la mujer con más ochomiles ascendidos, la polaca Wanda Rutkiewicz, fallecida en 1992 cuando escalaba el Kangchenjunga nepalí sin que se llegara nunca a saber si logró coronarlo.

jueves, julio 21, 2005

Cocktail Yourself


You're a B52! That crazy layered shooter of grand marnier, coffee liquer and irish cream, mmm mm! Not for the fainthearted you're eccentric, eclectic and you can't make your mind up who you wanna be!! Yuor favourite things are coffee, contradiction and CHAOS!!!


. La verdad es que lo han clavado.

. Para quien me quiera invitar -aunque por los ingredientes no estoy muy seguro de lo acertado del test relacionando personalidades con sabores preferidos...-, que tome nota.

. Si quieres saber qué cocktail agita tu personalidad, mezcla aquí.

. Y a mí que casi lo único que me gusta beber son las margaritas.

lunes, julio 18, 2005

LiT y los placeres de la revisión

Mientras intento reordenar mi vida dentro del pequeño caos en el que se haya sumergida, qué mejor que dedicar unos minutos a una agradable sorpresa fruto del necesario hábito de la revisión fílmica. Muchos son los casos en los que no nos atrevemos a acercarnos una vez más a aquellas películas que nos fascinaron en su momento –normalmente suelen ser esos recuerdos de la infancia, adolescencia y pubertad que tanto escuecen en los paladares que se van formando–, bien por no romper la magia que conservan en nuestra memoria, bien porque, ilusos, nos consideramos ya en otro nivel, compartimento cerrado que no nos permite echar la vista atrás. Pues bien, yo no soy una de esas personas; pero, de todas formas, hoy no vamos a hablar de eso, sino del caso justamente contrario.


Una de las películas más alabadas del año pasado, proclamada icono generacional y uno de los primeros audiovisuales del nuevo milenio, además de estandarte de calidad para cierto sector auto-cool de espectadores, que a mí en su único visionado en cine no me pareció más que otro claro y valioso ejemplo de la nueva generación de directores jóvenes norteamericanos que tanta regeneración está suponiendo en el aletargado panorama estadounidense. Los new americans venían cargaditos, y Lost in Translation era una muestra más, aunque claramente inferior a muchas otras, obras de Paul Thomas Anderson y Darren Aronofsky a la cabeza.

Como este asunto de los new americans recibirá suficiente atención en una serie de posts temáticos que iré preparando en cuanto las condiciones atmosféricas dentro de mi domicilio me lo permitan –calculen que para septiembre podrán leer algo, a este paso–, obviaré cualquier comparación, muchas veces solamente fundada en cuestiones de lo más coyunturales como la coincidencia generacional, al estar tan alejadas temáticas y pretensiones en determinados casos.

Aunque no lo parezca de momento, pretendía hablar de mi experiencia volviendo a ver Lost in Translation y cómo los aciertos que me interesaron en su momento con el tiempo me han fascinado, y cómo el colosal fallo que encontraba en su final, si no ha desaparecido del todo, ha dejado de tener importancia para mí.


La película de Sofia Coppola puede hechizar por muchos motivos, principalmente su depurada narrativa –deudora de los momentos vacíos de Jim Jarmusch– y la sencilla belleza plástica de sus imágenes, pero por donde llega irremediablemente es por la capacidad de transmitir la ligereza existencial de sus personajes, potencialmente la de la mayor parte de los seres humanos. Los personajes de Billl Murray y Scarlett Johansson se mueven sin rumbo en los planos tanto físicos como sentimentales, fluyendo en su devenir sin dejar huellas perceptibles de su existencia, simplemente deslizándose sobre la superficie. Las referencias son inmediatas, como bien señala Manuel Yáñez en su imprescindible artículo La chica del walkman: Wonderland, In the mood for love, títulos que han sabido reflejar de una forma que quizás solamente antes había conseguido la literatura –especialmente la de Albert Camus– el vacío diario de la vida.


Sospechosas similitudes formales de algunas de sus imágenes con otras de un par de grandes películas cuya temática también gira en torno a relaciones sentimentales nada estereotipadas –Paris, Texas de Wim Wenders o Buffalo 66 de Vincent Gallo–, el detalle del consumado beso final entre la pareja protagonista logró sacarme totalmente de la atmósfera de la película durante su primer visionado y nublar del todo mi valoración final de la misma. En esta segunda ocasión nada de eso ha ocurrido. Me he sorprendido a mí mismo fascinado y emocionado a la vez ante la irrupción del momento, fruto de la improvisación de los actores durante el rodaje –no estaba contemplado en el guión de Coppola, aunque obviamente fue decisión de ésta dejarlo en el montaje final–. Mi depravada memoria recordaba un morreo con lengua hasta la campanilla y me he encontrado con una preciosa muestra de cariño y dulzura entre dos hojas que se rozan levemente y se separan para seguir su curso arrastradas por la corriente. Sin embargo, fruto del roce una pequeña y suave raspadura las acompañará en el resto de su camino. Como el Just like honey de Jesus and Mary Chain que cierra la película acompaña al espectador durante las horas posteriores al visionado.

Si con Las vírgenes suicidas Coppola solamente lograba acercarse con pequeños trazos sabor a vainilla al esqueleto de la magnífica y evocadora obra de Eugenides, Lost in Translation la erige como una de las sensibilidades cinematográficas más acertada en su tratamiento de los sentimientos humanos, el desconsuelo y la soledad agorafóbica. Después de todo, se trata de otro tipo de postmodernidad.

viernes, julio 15, 2005

Una vez de vuelta...

... de mi demasiado corta -y calurosa- escapada galega, me encuentro con que mi acceso a internet y, consecuentemente, a la actualización del blog es más que intermitente. Justo ahora que tenía preparada una buena pila de nuevos contenidos y un ligero cambio de look, debido a una descomunal obra que se está llevando a cabo en mi casa -una mezcla de las de San Pedro, las Pirámides y la Sagrada Familia- no sé cómo llegaré a hacerlo. Pero prometo futuras mejoras y nuevas y vibrantes secciones. O algo.

Ahora, antes de salir hacia una entrevista de trabajo en la que afirmaré sin tapujos que mi disponibilidad es "esporádica", como esto va un poco de cine y hace realmente mucho que no puedo arañar un par de horas para ver nada, os dejo un emotivo texto de Ray Loriga con motivo del estreno en nuestro país de la (pen)última película de Godard.

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Ayer mismo se estrenó en Madrid Notre Musique, el penúltimo trabajo de Jean-Luc Godard. Trabajo digo, no película, porque la obra del suizo hace tiempo (en realidad desde el principio) que no encaja en los parámetros del cine al que nos hemos acostumbrado, ese que cuenta una historia, a menudo la misma de una manera determinada, a menudo idéntica. Su cine es una investigación y también un hallazgo, o una lista de hallazgos, de dudas y descubrimientos. Experimental, sí, pero también concreto, puntual, irónico, poético, real que no realista. Literario, no literal.

Godard en Madrid, por fin algo que celebrar en este invierno de mausoleos culturales y revoluciones prehistóricas. Hace años esto no hubiese sido noticia, pero por alguna razón, las películas de Godard ya no se estrenan por aquí. Ahora se estila más el cine social, el tejido humano, el melodrama de tintes poéticos, la mala conciencia y la liquidación de la deuda externa. El cine de vanguardia ya no se lleva o se lleva de otra forma. Gestualmente alternativo, a la americana, rudimentariamente sentimental a la europea. De mucho sufrir. El desafío intelectual resulta pedante, frío, pasado de moda. Han muerto las distancias, las precauciones, el vértigo, el arte por el arte, el cine por el cine. Hay que sentir, en el estómago, en los huesos, en el corazón. En eso estamos; sufrimos mucho, pensamos poco.

De un tiempo a esta parte tengo la sensación de que la gente se cree las películas como si fueran ciertas. Tengo la sensación también de que cuanto más pretende acercase el cine a la realidad, más se aleja del cine. Es por eso que en mitad del desconcierto general no viene mal esta visita de Jean-Luc Godard. París siempre fue un poco más lista que Madrid, más triste también, como Anna Karina y el resto de mujeres de mentira que caminan deprisa sin saber bien adónde, entre paraguas, entre el desamor y el taxi, con Bach sonando en los ascensores y pintadas grotescas sobre las vallas publicitarias, y la jocosa seriedad de un hombre que trata de descubrir qué es lo que se esconde entre dos planos, a vueltas con el misterio de la Santísima Trinidad.

Cuestionando la cuestión, devolviendo la maliciosa pregunta de Tom Wolf y su palabra pintada, luchando contra el retroceso del arte, prefiriendo siempre lo literario a lo literal. En fin, teorizando desde el corazón mismo de la bestia; pero no sólo eso, construyendo también la historia y sus historias. Pensando en el cine, pero también haciendo cine. Volver a tener a Godard, aunque sea sólo en una sala, en una pantalla, me trae recuerdos de la gente que fuimos. Sin nostalgia, sin ira, imágenes nada más. Creíamos tanto en el arte (hace tiempo de esto, pero creíamos de veras), no en al arte al servicio del hombre, querido señor Wolf, sino en el hombre al servicio del arte. De ahí que la cuestión fuese crucial y no necesaria, o útil, ni siquiera valiosa, sólo crucial.

A Godard le llamábamos God, que es Dios en inglés; también a Bergman le llamábamos Dios. Ninguno de los dos se enfadaba. Nos tomábamos el asunto rematadamente en serio. No es que nos tomásemos en serio a nosotros mismos (tal vez un poco, pero no sin rubor), les tomábamos en serio a ellos. Aún lo hago. La energía que derrochábamos no nos impedía ver la ironía implícita en la pelea. Y sin embargo nada se tomaba a la ligera. No las llamábamos películas, lo llamábamos cine. Son dos cosas distintas que por momentos se juntan, se superponen, pero también se distancian y en ocasiones se enfrentan, y es lo uno o lo otro. Aún emociona ver la sorda lucha del viejo Godard contra las paredes, y su desesperada manera de querer al cine, dentro de sus límites y hasta la muerte. La muerte del cine, claro está.

Jean-Luc Godard en Madrid es siempre una buena noticia. Nos trae la memoria y el olvido, la violenta relación entre los signos y las imágenes que nos obligan a pensar. El cine que vemos, y con frecuencia el que hacemos, se ha vuelto plano e inofensivo, falsamente domesticado, sin esquinas. Ignora su propia naturaleza, se reduce, se encoge. No se cuestiona nada dentro de su propio sistema y pretende saberlo todo de la vida real. Qué confusión. Habría que dejar la vida tranquila, la realidad se basta sola, no necesita que la reproduzcan, sino que la incomoden. ¿Y qué hay del cine? ¿Dónde está? Si Hitchcock levantara la cabeza... En fin, demos la bienvenida a Godard, en mitad de los días más fríos del invierno.

RAY LORIGA
EL PAÍS, domingo 16 de enero de 2005

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¿Algún motivo en especial para colgar esto salvo evocar e intentar recordar que hubo alguna vez en la que hacía frío en la ciudad? Sí, la salida a la venta en dvd en este caluroso mes de julio de tres grandes películas del genio, Week End, Tout va bien y Yo te saludo María, además de una absolutamente imprescindible: Band à part. Que nadie se las pierda, y que sus feas portadas no os echen para atrás. No sabéis lo que os perderíais.

jueves, julio 07, 2005

Brian Wilson No




Estupendo, otro concierto al que no podré ir.
En pocas horas parto con destino a tierras gallegas, lejos del señor Wilson y del blog, pero más cerca del ansiado norte. Siempre en sentido geográfico, para el metafórico aún me queda esquizofrenia que quemar.
Nos vemos a la (demasiado cercana) vuelta.

martes, julio 05, 2005

25 Green



Hoy el blog del Señor Toldo está de celebración. Esta tórrida fecha esconde el cumpleaños de una de las musas más absolutas de este rincón de demencia cibernética.

Tal caluroso día como hoy, hace 25 años, nacía en París Eva Gaelle Green. Francia estaba dando a luz a la sucesora natural de Jeanne Moreau, Anna Karina y tantas otras. Eva Green, personificación carnal de la sexualidad cinéfila, se clavó al rojo en el deseo de todos los espectadores de una de las últimas grandes películas que se han hecho, The Dreamers (Bernardo Bertolucci, 2003). Con tal deslumbrante presencia y el calor que irradia cada milímetro cúbico de su piel se despegan los posters de Godard y Bergman de las paredes. Charcos de sudor empapan el suelo. El celuloide se consume.

Después de ese presumiblemente insuperable primer papel aún está a la espera de su momento definitivo. Sus escasos minutos en superproducciones como Arsène Lupin (Jean-Paul Salomé, 2004) o Kingdom of Heaven (Ridley Scott, 2005) no pasan de tentativas apariciones comercialoides para rellenar caché y cuenta corriente. Mucho más interesante pinta su aparición en la hiper-colectiva Paris, je t'aime -que puede disputarse junto a Southland Tales el efímero título de "película más esperada del año 2006"-, donde comparte junto a Gael García Bernal el segmento dirigido por Daniela Thomas y Walter Salles. Después hará de ladrona de insectos y pájaros exóticos en la nueva película del tajikistaní Bakhtyar Khudojnazarov, carne de segunda en festivales.

En fin, mientras esperamos a que alguien le vuelva a dar la gran oportunidad que sin duda se merece -incluso aunque haya compartido cartel junto a los nombres de Orlando Bloom y Ridley Scott... argh!-, seguiremos disfrutando de su interpretación del arquetipo francés más excitante, el que incide tanto a nivel sexual como intelectual.


lunes, julio 04, 2005

Semana pasada

Después de estar toda la semana pasada recluido en El Escorial -aunque con la inestimable compañía de Sunes-, toca comentar algunos sucesos acontecidos durante la irremediable ausencia.

. Fraga a la papelera de reciclaje. Gobierno de coalición. Lo de que sea de izquierdas ya es otra cosa. Lo mejor, toda la derecha española más rancia quejándose de las reglas de la democracia. "-¡Gobierna quien más votos tiene! -Pues más votos tienen el PSOE y el BNG que el PP." Hay que aprender a no necesitar la mayoría absoluta para poder gobernar, carallo.

. Aún espero que se me explique la presencia y ostentación de banderas españolas en la manifestación que empezó tras la histórica sesión del Congreso que aprobó la ley de matrimonios homosexuales. ¡Como si la homofobia fuera una exclusiva del españolismo!