Apuntes sobre L'intrus
Opinar y escribir sobre L'intrus resulta tan difícil como evitar hacerlo, pues su enigmática naturaleza y composición se asienta en el interior del espectador, convirtiéndose así en su intruso particular, y le persigue durante días después de la contemplación de la película. Contemplación, porque no creo que el último y mejor trabajo de Claire Denis deba ser abordado como una cinta narrativa tradicional, precisamente porque supone un fascinante cambio de rumbo en cuanto a los parámetros y recursos narrativos del relato audiovisual. En vez de poner en relación los diferentes planos, ordenando las imágenes de forma que sean reconocibles por el espectador como integrantes de una historia, aquí el montaje se hace evidente con fuerza cortante y fragmentadora para arrebatar algunas de las piezas –o trozos de piezas– necesarias para formar el puzzle completo de la película. Utilizando la terminología de Jakobson, el montaje deja de lado las relaciones sintagmáticas y se convierte en agente fundamental de las paradigmáticas.
Ante la carencia de asideros narrativos y dramáticos durante la mayor parte del metraje y la rica variedad de escenarios –desde los gélidos bosques del Jura francés hasta las evocadoras islas de los mares del sur, pasando por Ginebra en Suiza y Busan en Corea–, la fuerza de unión y progresión entre las secuencias es sensorial, atmosférica, cambiante con el escenario y salpicada por unos increíbles acordes de guitarra cortesía de Stuart Staples (Tindersticks) –magistral punto de encuentro con otra película personalísima, de su amigo Jim Jarmusch, que también refleja el viaje existencial de su protagonista masculino hacia el mar, Dead Man con las notas de Neil Young–.
El cine de Claire Denis es uno de los más obsesionados por el cuerpo humano, hasta llegar al punto de haberlo convertido en quizás el eje narrativo más reconocible de L'intrus, la materialización física e inevitable que el tiempo firma en los cuerpos como señal de su paso. Por una parte, los flash-backs integrados por imágenes de la película Le reflux de Paul Gégauff, que evocan el anterior viaje del protagonista a Tahiti y presentan a un joven Michel Subor al que durante el resto de película podemos ver cómo ha ido moldeando el tiempo en unos 40 años; y por otra, la cicactriz producida por su operación de transplante de corazón, que evoluciona y se transforma en el torso de Subor a medida que éste avanza en su viaje.
L'intrus también es una obra, una experiencia narrativo-sensorial, que puede admitir tantas visiones y puntos de vista como espectadores, pues aunque sea necesario llegar hasta el final para intentar unir y conjugar los distintos fragmentos de la historia que tenemos, unos cuantos quedan completamente libres a nuestra imaginación. El conjunto completo como máximo solamente podrá ser intuído. Se convierte en una película interactiva, que llama al espectador para que la complete. El estilo formal de Denis, denominado por el crítico Saad Chakali como "montaje en archipiélago" y que aquí alcanza su, de momento, máxima expresión, es la puerta para una narración basada en los cambios atmosféricos, plásticos, sensoriales y la elipsis constante y abrupta, que demanda su propia hermenéutica, llamada a navegar por todos aquellos espacios de océano que quedan entre las islas.
Ante la carencia de asideros narrativos y dramáticos durante la mayor parte del metraje y la rica variedad de escenarios –desde los gélidos bosques del Jura francés hasta las evocadoras islas de los mares del sur, pasando por Ginebra en Suiza y Busan en Corea–, la fuerza de unión y progresión entre las secuencias es sensorial, atmosférica, cambiante con el escenario y salpicada por unos increíbles acordes de guitarra cortesía de Stuart Staples (Tindersticks) –magistral punto de encuentro con otra película personalísima, de su amigo Jim Jarmusch, que también refleja el viaje existencial de su protagonista masculino hacia el mar, Dead Man con las notas de Neil Young–.
El cine de Claire Denis es uno de los más obsesionados por el cuerpo humano, hasta llegar al punto de haberlo convertido en quizás el eje narrativo más reconocible de L'intrus, la materialización física e inevitable que el tiempo firma en los cuerpos como señal de su paso. Por una parte, los flash-backs integrados por imágenes de la película Le reflux de Paul Gégauff, que evocan el anterior viaje del protagonista a Tahiti y presentan a un joven Michel Subor al que durante el resto de película podemos ver cómo ha ido moldeando el tiempo en unos 40 años; y por otra, la cicactriz producida por su operación de transplante de corazón, que evoluciona y se transforma en el torso de Subor a medida que éste avanza en su viaje.
L'intrus también es una obra, una experiencia narrativo-sensorial, que puede admitir tantas visiones y puntos de vista como espectadores, pues aunque sea necesario llegar hasta el final para intentar unir y conjugar los distintos fragmentos de la historia que tenemos, unos cuantos quedan completamente libres a nuestra imaginación. El conjunto completo como máximo solamente podrá ser intuído. Se convierte en una película interactiva, que llama al espectador para que la complete. El estilo formal de Denis, denominado por el crítico Saad Chakali como "montaje en archipiélago" y que aquí alcanza su, de momento, máxima expresión, es la puerta para una narración basada en los cambios atmosféricos, plásticos, sensoriales y la elipsis constante y abrupta, que demanda su propia hermenéutica, llamada a navegar por todos aquellos espacios de océano que quedan entre las islas.
2 Comments:
Estupenda crítica: a mi me encantó esta película, me pareció que tenía una atmósfera enfermiza y muy peculiar. El cuerpo humano: gran eje del film, tiene toda la razón.
El vídeo de lonelygril15 es genial, ¿eh? Gracias por enlazármelo.
Esta chica ya es todo un icono.
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