miércoles, octubre 24, 2007

Parfum

Los anuncios de perfumes son un terreno abonado para el más básico arquetipo publicitario. No hay nada sobre el producto que anuncian que se pueda expresar directa y fielmente (en términos de recepción) a través de la imagen, tanto fija como en movimiento. Ok, ni los anuncios de coches hablan de coches, ni los de Coca-Cola de bebidas carbohidratadas, pero sí suelen recurrir a mostrar el producto; y mostrarlo de una forma que resulte atractiva. Los publicistas de perfumes sólo podrían mostrarnos un puñado de partículas de aceites y alcohol mezcladas y expulsadas de un recipiente lo más estilosamente atractivo posible. Poca cosa. De ahí que se opte por otras posibilidades más atrayentes a priori que las formas de un frasco: tabletas de chocolate remojadas en agua con la melena al viento y sombras bulímicas bajo los efectos de la hipnosis, la mayoría de las veces.


Pero hay otras ocasiones en las que se trasciende de los flashes y apariencia de simples photo-shoots filmados, para zambullirse de lleno en brillantes narraciones de 30 segundos. Curiosamente, los dos referentes en este campo vienen de la mano de sendos directores de cine, con innegable gusto visual y especialistas en dilatar-acortar el tiempo a su antojo. Hasta ahora el famoso Little Red Riding Hood de Luc Besson para Chanel No. 5 [honores también a Tex Avery] era el máximo exponente en este campo. Este año, Wong Kar Wai en su campaña Midnight Poison para Dior también ha optado por reinterpretar un cuento infantil, la Cenicienta. Como en el caso de la Caperucita fiestera interpretada por Estella Warren, que se emancipaba para perderse en la base de la fálica torre parisina por excelencia, aquí la protagonista también da la vuelta al relato original del que procede. Si en la Cenicienta que todos los lobotomizados por Disney conocemos ese umbral de las 12 de la noche, que hacía que su vestido, carroza, chapita con la Union Jack y recto flequillo Cleopatra se convirtieran en unos harapos, una calabaza, un pin de Shakira y una maraña de pelo rizado, simbolizaba la pérdida de la virginidad y casta inocencia femenina (o, para las tiernas mentes infantildolescentes, cómo las chicas que salen los findes y se quedan hasta las tantas son unas putas... [afortunadamente luego Grease les enseñaría que precisamente ese es el camino a seguir, pero eso es otra historia]), aquí de lo que se trata es de todo lo contrario: a las 12 es cuando empieza lo mejor de la fiesta.



Eva Green (para la que ya no nos quedan palabras en este blog) se prepara en los habituales encuadres esquivos de WKW antes de salir. En ningún momento le vemos utilizar el perfume. Es un elemento tan secundario y sobreentendido por el público que no aparecerá hasta su imagen comercial del final. Se puede decir que la cámara hasta hace más hincapié en el calzado de la chica que en lo que de verdad se quiere anunciar. La publicidad trabaja con lo obvio, lo fácilmente reconocible y desentrañable en un segundo, por lo que la fría atmósfera azul de saturación fassbinderiana en todas las imágenes en contraste con los rojos labios de la Green ya se dan como dominados por la mayoría (noche-oscuridad-luna-azul-muerte... la erótica del tánatos). Lo mejor aquí es ver cómo los movimientos circulares del cuerpo que baila y gira se quiebran gracias al montaje dando lugar a esas escaleras gaudinianas que baja la protagonista (y que también se dan un punto a objeto blando de Dalí) al compás del Space Dementia de Muse. Desde una mirada puramente estética, dudo que sea posible ver este año algo más bello que esos dos planos de carrera por el metro.

Al final, la culminación necesaria e inverosímil, en la que a las doce de la noche la lámpara de la fiesta se rompe en mil pedazos y Cenicienta se lanza por los aires mostrando sus bajos a todos los asistentes felizmente acribillados por los trozos de vidrio que les caen encima. Nada hay en esas imágenes de éxtasis y desenfreno que no supongan lo que buscaba la chica de Perrault, el reconocimiento social en los fiestorros de palacio. Ahí tenemos el pie para iniciar el debate sobre cuánta innovación no formal tiene hueco en la publicidad, medio conservador por excelencia (y necesidad): ¿una mujer que utiliza perfume persiste en esa condición de objeto que tantos publicistas resaltan, cuando es notoria a lo largo del vídeo su voluntad y, literal, elevación por encima de los demás? ¿O es precisamente en el hecho de que esa superioridad sea presentada como un deseo, algo en principio inalcanzable, donde radica el anclaje sexista en este caso? A mí no me pregunten, en esta ocasión me siento desarmado y formalista como el que más, así que en otra hablaremos de los malos usos de la publicidad para el progreso social. Con los aspectos que me interesan del anuncio, lo tengo clarísimo: obra maestra.

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Amparo, comentarte que el anuncio de Caperucita roja fué diseñado por MILO MANARA.

Jaaap!

Tengo todos los bocetor.

25 de octubre de 2007, 23:05  
Blogger Señor Toldo said...

Sí que se corresponden, sí. ¡Gracias por el dato!

26 de octubre de 2007, 0:59  
Blogger El Miope Muñoz said...

Me encantan esos posts en los que me explican de forma tan inteligente (como todo buen perfume) porqué Eva Green es una cosa estética preciosa.

27 de octubre de 2007, 4:35  
Blogger SickBoy said...

Mire que me he hartado de ver en Salamanca el cartel del anuncio de la señorita Green (ante semejante regalo, lo del perfume es circunstancial). Incluso en un arrebato etílico estuve a punto de hacer el vándalo y traernos un regalo.

La disección, brillante, a la altura de lo comentado.

6 de noviembre de 2007, 21:24  

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