Bastante era creer en el azar
Recomendables Lecturas Veraniegas: Buenos días, tristeza (Bounjour tristesse), Françoise Sagan, 1954
A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza. Es un sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No la conocía, tan solo el tedio, el pesar, más raramente el remordimiento.
Ahora que ya nos encontramos en la inevitable recta final del verano –pero no se engañen, seguramente quede calor para rato– es el momento de recomendar una lectura tan sencilla, automática y breve como amarga, profunda y reflexiva. Solo si ya se han terminado la deliciosa antología-concurso que Alvy Singer nos ha brindado a todos, claro. Buenos días, tristeza es un libro lleno de esa urgencia adolescente –Sagan la escribió a los 18 años– única a la hora de reflejar el sentido de lo agridulce. Tres años posterior a la publicación de El guardián entre el centeno, emblemática bildungsroman norteamericana con mucho más valor icónico que literario en mi opinión, ambas participan en ese maravilloso y rico mundo de la teenage angst. La protagonista Cécile es la típica adolescente acomodada de vacaciones en las playas de la Riviera francesa, dispuesta a brindarse las mismas comodidades de las que su padre, un maduro playboy en toda regla, disfruta durante el periodo estival: playa, sexo, juego y alcohol. Todo cambia radicalmente cuando la toma de consciencia de sí misma de Cécile se une a la llegada de la dura y responsable Anne a la casa de veraneo.
Dejando a un lado las reflexiones sobre la búsqueda de una perdida figura materna por parte de la protagonista, que cuentan con su buena dosis de simbología a lo largo de la narración, quizás el mayor mérito del libro sea la naturalidad con la que muestra los cambios de carácter y pensamiento de Cécile, de acuerdo con la ambivalencia que le provoca la duda y confusión que envuelven ese paso hacia la edad adulta. Su salida, aparte de alternar crueldad con lágrimas, es tejer toda una ficción amorosa entre la ex-amante de su padre y su propio compañero sexual con el objeto de dar unos celos a su progenitor que acaben con la marital relación que mantiene con Anne, vista como una atosigante moldeadora pero también odiada/adorada como rival en (buenos días, incesto) el corazón del padre. Peor fue lo de Peter Pan, que le dió por volar, al menos Cécile ya aprende desde el principio lo parejos que van los caminos del amor y la tristeza, ambas dos grandes líneas que vemos en el techo al despertar.
Otto Preminger realizó una poco afortunada adaptación cinematográfica cuyo mayor acierto era contar con Jean Seberg –ya saben que musa fija de este blog–, pero que tiene claros problemas de ritmo y que no consigue ni por asomo trasladar el marcado carácter reflexivo del libro a la pantalla. Muchísimo más acertada resulta la aproximación del genio Rohmer en Pauline en la playaI, sobresaliente película que tiene grandes similitudes con la novela de Sagan.
A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza. Es un sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No la conocía, tan solo el tedio, el pesar, más raramente el remordimiento.
Ahora que ya nos encontramos en la inevitable recta final del verano –pero no se engañen, seguramente quede calor para rato– es el momento de recomendar una lectura tan sencilla, automática y breve como amarga, profunda y reflexiva. Solo si ya se han terminado la deliciosa antología-concurso que Alvy Singer nos ha brindado a todos, claro. Buenos días, tristeza es un libro lleno de esa urgencia adolescente –Sagan la escribió a los 18 años– única a la hora de reflejar el sentido de lo agridulce. Tres años posterior a la publicación de El guardián entre el centeno, emblemática bildungsroman norteamericana con mucho más valor icónico que literario en mi opinión, ambas participan en ese maravilloso y rico mundo de la teenage angst. La protagonista Cécile es la típica adolescente acomodada de vacaciones en las playas de la Riviera francesa, dispuesta a brindarse las mismas comodidades de las que su padre, un maduro playboy en toda regla, disfruta durante el periodo estival: playa, sexo, juego y alcohol. Todo cambia radicalmente cuando la toma de consciencia de sí misma de Cécile se une a la llegada de la dura y responsable Anne a la casa de veraneo.
Dejando a un lado las reflexiones sobre la búsqueda de una perdida figura materna por parte de la protagonista, que cuentan con su buena dosis de simbología a lo largo de la narración, quizás el mayor mérito del libro sea la naturalidad con la que muestra los cambios de carácter y pensamiento de Cécile, de acuerdo con la ambivalencia que le provoca la duda y confusión que envuelven ese paso hacia la edad adulta. Su salida, aparte de alternar crueldad con lágrimas, es tejer toda una ficción amorosa entre la ex-amante de su padre y su propio compañero sexual con el objeto de dar unos celos a su progenitor que acaben con la marital relación que mantiene con Anne, vista como una atosigante moldeadora pero también odiada/adorada como rival en (buenos días, incesto) el corazón del padre. Peor fue lo de Peter Pan, que le dió por volar, al menos Cécile ya aprende desde el principio lo parejos que van los caminos del amor y la tristeza, ambas dos grandes líneas que vemos en el techo al despertar.
Otto Preminger realizó una poco afortunada adaptación cinematográfica cuyo mayor acierto era contar con Jean Seberg –ya saben que musa fija de este blog–, pero que tiene claros problemas de ritmo y que no consigue ni por asomo trasladar el marcado carácter reflexivo del libro a la pantalla. Muchísimo más acertada resulta la aproximación del genio Rohmer en Pauline en la playaI, sobresaliente película que tiene grandes similitudes con la novela de Sagan.
2 Comments:
Si está mejor que la peli de Preminger, me lo leeré.
Tiene razón en lo del calor: odio que sea septiembre y todavía continúe el maldito caloraco. Me pasa todos los años y me pone de mal humor. Y luego viene el entretiempo y nunca sé qué ponerme. Grrrrrr...
Gracias por la mención al concurso. El libro de Sagan forma un curioso díptico con La soledad del corredor de fondo: libros que miro siempre de reojo, siempre ojo avizor.
Pauline en la playa es posiblemente la película que más me gusta de Rohmer con diferencia. Y es posiblemente lo que me haya terminado de convencer en su magnífica review.
¡Un saludo!
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