Relevando a Eastwood
Con la esfera de nuevos directores modernindies cerca de la saturación cuantitativa —las últimas incorporaciones más notables podrían ser Miranda July y Jared Hess—, ya era hora de que nos fijáramos en otra de las vías que hay abiertas para la renovación del cine norteamericano.
No sería en absoluto justo considerar a Clint Eastwood como el más importante actor americano convertido en director —hay gente apellidada Laughton o Cassavetes que se podrían ofender—, pero sí se puede decir que es el que mayor consenso de prestigo crítico y popular ha conseguido a lo largo de los más de 30 años que lleva dirigiendo. Es corriente comparar su carrera detrás de la cámara con la de otros iconos cinematográficos como Robert Redford, Kevin Costner, Tim Robbins o Sean Penn que se decidieron años después a dar el paso, y siempre con unos merecidos resultados apabullantemente favorables para Harry Callahan.
Dejando de lado los casos recientes de Zach Braff y Liev Schreiber, a los que por motivos argumentales y estilísticos sería más adecuado incluir en el grupo mencionado al principio, ahora mismo hay dos nombres, dos actores directores, que pueden sonar con fuerza para recoger el testigo de Eastwood y, en definitiva, del clasicismo norteamericano.
El primero es George Clooney, uno de esos casos en los que la categoría de sex-symbol no anula las posibilidades de ser un excelente intérprete, y Clooney lo es de sobra. Conocido por el gran público, aparte de por Urgencias y From Dusk Till Dawn en plena fiebre tarantiniana, gracias a típicas producciones comerciales de usar y tirar (Un día inolvidable, Batman & Robin, The Peacemaker, La tormenta perfecta), sin embargo se ha labrado un prestigio creciente por sus trabajos con sus amigos Steven Soderbergh (Out of Sight, Ocean's Eleven, Solaris, Ocean's Twuelve), los hermanos Coen (O Brother, Intolerable Cruelty) y David O. Russell (Three Kings). Estas menciones no son casuales, pues cualquiera que haya visto su debut como director con Confessions of a Dangerous Mind (2002) habrá podido comprobar que le han influido mucho más esos rodajes que el estar a las órdenes de Joel Schumacher o Wolfgang Petersen. Si su primer trabajo daba una visión soderberghiana hasta la médula del obviamente singular guión de Charlie Kaufman sobre la vida del productor televisivo/agente de la CIA/fraude Chuck Barris, para su segundo trabajo no ha abandonado el mundo catódico ni la vida de sus protagonistas.
Good night, and good luck (2005) cuenta la historia del enfrentamiento entre un icono del periodismo, Edward R. Murrow, y el icono de la caza de brujas y la paranoia anticomunista, el senador McCarthy. No hace falta reseñar la inquietante actualidad de realizar esta precisa película en el preciso contexto actual para darse cuenta de que Clooney piensa muy bien qué es lo que quiere contar y se toma de forma muy personal su trabajo de dirección. También tiene en cuenta el estilo formal más adecuado para cada historia, abandonando esta vez el manierismo audiovisual y plástico de su anterior trabajo y optando por un expresivo blanco y negro y la asimilación formal de Sidney Lumet, uno de los directores que mejor ha hablado de la televisión y el periodismo (Network). Más cerca del documental que de la ficción, Good night and good luck termina siendo un conjunto que combina una recreación bressoniana de los días más importantes del equipo del programa See It Now de la CBS con abundantes imágenes de archivo. En resumen, gran calidad y oportunidad.
Por otra parte, también nos acaba de llegar la opera prima en la dirección de Tommy Lee Jones, uno de los éxitos del Cannes de la temporada pasada. Los tres entierros de Melquiades Estrada lleva dentro una incuestionable cantidad de buen cine y respeto por la herencia clásica. Destellos de Ford, pinceladas de Huston, ráfagas de Peckinpah y el mismo Eastwood son salpicados en el western escrito por Guillermo Arriaga y puesto en imágenes por Jones, sin que ninguno de los dos pretenda ocultar su carácter de postmodernidad —la fragmentación incial del relato— y reciclaje de constantes genéricas. Una vez más el western sirve a la perfección para retratar a completos perdedores, desubicados sin destino, varados, fronterizos, sin futuro y con demasiado pasado. El mayor brillo de la película se concentra en su final, estoy seguro que uno de los mejores que veremos este año.
Una cosa más, durante todo el metraje uno no puede evitar acordarse de Ang Lee, su insulsa última película y la aparente ceguera del entramado crítico mundial. Menos mal que aún queda resistentencia en la crítica... y, lo que es más importante, en el cine americano. Estos son dos muy buenos ejemplos.
No sería en absoluto justo considerar a Clint Eastwood como el más importante actor americano convertido en director —hay gente apellidada Laughton o Cassavetes que se podrían ofender—, pero sí se puede decir que es el que mayor consenso de prestigo crítico y popular ha conseguido a lo largo de los más de 30 años que lleva dirigiendo. Es corriente comparar su carrera detrás de la cámara con la de otros iconos cinematográficos como Robert Redford, Kevin Costner, Tim Robbins o Sean Penn que se decidieron años después a dar el paso, y siempre con unos merecidos resultados apabullantemente favorables para Harry Callahan.
Dejando de lado los casos recientes de Zach Braff y Liev Schreiber, a los que por motivos argumentales y estilísticos sería más adecuado incluir en el grupo mencionado al principio, ahora mismo hay dos nombres, dos actores directores, que pueden sonar con fuerza para recoger el testigo de Eastwood y, en definitiva, del clasicismo norteamericano.
El primero es George Clooney, uno de esos casos en los que la categoría de sex-symbol no anula las posibilidades de ser un excelente intérprete, y Clooney lo es de sobra. Conocido por el gran público, aparte de por Urgencias y From Dusk Till Dawn en plena fiebre tarantiniana, gracias a típicas producciones comerciales de usar y tirar (Un día inolvidable, Batman & Robin, The Peacemaker, La tormenta perfecta), sin embargo se ha labrado un prestigio creciente por sus trabajos con sus amigos Steven Soderbergh (Out of Sight, Ocean's Eleven, Solaris, Ocean's Twuelve), los hermanos Coen (O Brother, Intolerable Cruelty) y David O. Russell (Three Kings). Estas menciones no son casuales, pues cualquiera que haya visto su debut como director con Confessions of a Dangerous Mind (2002) habrá podido comprobar que le han influido mucho más esos rodajes que el estar a las órdenes de Joel Schumacher o Wolfgang Petersen. Si su primer trabajo daba una visión soderberghiana hasta la médula del obviamente singular guión de Charlie Kaufman sobre la vida del productor televisivo/agente de la CIA/fraude Chuck Barris, para su segundo trabajo no ha abandonado el mundo catódico ni la vida de sus protagonistas.
Good night, and good luck (2005) cuenta la historia del enfrentamiento entre un icono del periodismo, Edward R. Murrow, y el icono de la caza de brujas y la paranoia anticomunista, el senador McCarthy. No hace falta reseñar la inquietante actualidad de realizar esta precisa película en el preciso contexto actual para darse cuenta de que Clooney piensa muy bien qué es lo que quiere contar y se toma de forma muy personal su trabajo de dirección. También tiene en cuenta el estilo formal más adecuado para cada historia, abandonando esta vez el manierismo audiovisual y plástico de su anterior trabajo y optando por un expresivo blanco y negro y la asimilación formal de Sidney Lumet, uno de los directores que mejor ha hablado de la televisión y el periodismo (Network). Más cerca del documental que de la ficción, Good night and good luck termina siendo un conjunto que combina una recreación bressoniana de los días más importantes del equipo del programa See It Now de la CBS con abundantes imágenes de archivo. En resumen, gran calidad y oportunidad.
Por otra parte, también nos acaba de llegar la opera prima en la dirección de Tommy Lee Jones, uno de los éxitos del Cannes de la temporada pasada. Los tres entierros de Melquiades Estrada lleva dentro una incuestionable cantidad de buen cine y respeto por la herencia clásica. Destellos de Ford, pinceladas de Huston, ráfagas de Peckinpah y el mismo Eastwood son salpicados en el western escrito por Guillermo Arriaga y puesto en imágenes por Jones, sin que ninguno de los dos pretenda ocultar su carácter de postmodernidad —la fragmentación incial del relato— y reciclaje de constantes genéricas. Una vez más el western sirve a la perfección para retratar a completos perdedores, desubicados sin destino, varados, fronterizos, sin futuro y con demasiado pasado. El mayor brillo de la película se concentra en su final, estoy seguro que uno de los mejores que veremos este año.
Una cosa más, durante todo el metraje uno no puede evitar acordarse de Ang Lee, su insulsa última película y la aparente ceguera del entramado crítico mundial. Menos mal que aún queda resistentencia en la crítica... y, lo que es más importante, en el cine americano. Estos son dos muy buenos ejemplos.
1 Comments:
Qué buena es la de Tommy Lee Jones. "Buenas noches, y buena suerte" aún no la he visto, pero SÉ que debería.
Y tengo que decir que Miranda July no se merece figurar al lado de una zapatilla del Equipo Zissou. A no ser, claro, para que sea para abrillantarla...
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